GENEAL había llevado a sus seis hijos —cinco niñas y un varón— a pasar las vacaciones en casa de unas amistades que vivían en la región norteña del estado de Nueva York. Un día las niñas decidieron ir al pueblo. El hijo, Jimmy, y otro chico preguntaron si podían ir de excursión. A los muchachos se les dijo que tuvieran mucho cuidado y que regresaran temprano por la tarde.
Hacia el final de la tarde los muchachos aún no habían regresado. “Mientras más tarde se hacía, más me preocupaba —recuerda Geneal—. Me imaginaba que quizás uno de ellos estuviera herido y que el otro no quería dejarlo solo.” La búsqueda continuó durante toda la noche. Temprano la mañana siguiente fueron hallados, y los temores de todos de que había sucedido lo peor quedaron confirmados... los muchachos se habían matado debido a una caída. Aunque ya han pasado diez años de esto, Geneal explica: “Jamás olvidaré el momento en que aquel policía entró en la casa. Él tenía el rostro sumamente pálido. Yo sabía lo que me iba a decir aun antes que él dijera una sola palabra”.
¿Cómo se sintió ella? Los sentimientos que se experimentan son más intensos que los sentimientos comunes que acompañan a otras pérdidas. Geneal explica: “Yo di a luz a Jimmy. Él solo tenía 12 años de edad cuando murió. Tenía toda su vida por delante. He sufrido otras pérdidas en la vida. Pero el sentimiento es diferente cuando una es madre y se le muere un hijo”.
La muerte de un hijo se ha descrito como “la pérdida máxima”, “la muerte más devastadora”. ¿Por qué? El libro Death and Grief in the Family explica: “La muerte de un hijo es tan inesperada. Es algo fuera de lugar, no es natural. [...] Los padres esperan cuidar de sus hijos, mantenerlos fuera de peligro, y criarlos para que lleguen a ser adultos saludables y normales. Cuando muere un hijo, es como si de repente se abriera la tierra bajo los pies de uno”.
En ciertos aspectos, ésta es una experiencia particularmente difícil para la madre. Después de todo, como lo explicó Geneal, alguien que había salido de ella ha muerto. Por eso en la Biblia se reconoce la congoja amarga que puede sentir una madre (2 Reyes 4:27). Por supuesto, también éstos son momentos difíciles para el padre de la criatura que ha muerto. Él también siente el dolor, la pena. (Compárese con Génesis 42:36-38 y 2 Samuel 18:33.) No obstante, a menudo él se abstiene de expresar abiertamente sus emociones por temor de parecer poco varonil. Puede que también le duela el que otros expresen mayor preocupación por los sentimientos de su esposa que por los de él.
A veces los padres que han perdido a un hijo llegan a experimentar un sentido particular de culpabilidad. Quizás piensen: ‘¿Pude haberlo amado más?’, ‘¿Le dije con suficiente frecuencia cuánto lo amaba?’, y: ‘Debí haberlo tomado en brazos más a menudo’. O quizás se sienta como Geneal, quien dijo: ‘Hubiera querido haber pasado más tiempo con Jimmy’.
Es natural que los padres se sientan responsables de su hijo. Pero a veces los padres que han sufrido la pérdida de un hijo se culpan a sí mismos porque les parece que pudieran haber hecho algo para impedir la muerte de su hijo. Por ejemplo, la Biblia describe cómo respondió el patriarca Jacob cuando se le hizo creer que un animal salvaje había matado a su hijo joven llamado José. Jacob mismo había mandado a José a que averiguara si sus hermanos se hallaban bien. Por eso quizás lo atormentaban sentimientos de culpabilidad como: ‘¿Por qué mandé a José solo? ¿Por qué lo envié a una zona donde abundan las bestias salvajes?’. Por eso “todos los hijos y todas las hijas [de Jacob] siguieron levantándose para consolarlo, pero él siguió rehusando recibir consuelo”. (Génesis 37:33-35.)
Como si el haber perdido a un hijo no fuera suficiente, algunos informan que sufren otra pérdida... pierden a sus amigos. Puede que los amigos realmente dejen de visitarlos. ¿Por qué? Geneal comentó: “Muchas personas esquivan a uno porque no saben qué decirle”.
Cuando muere un bebe
Juanita sabía lo que era perder a una criatura. Para cuando tenía poco más de veinte años de edad, ya había sufrido cinco abortos no provocados. Ahora estaba nuevamente encinta. Por eso, cuando tuvo que hospitalizarse debido a un accidente automovilístico, era comprensible que estuviera preocupada. Dos semanas después le empezaron los dolores de parto... prematuramente. Poco después de esto nació la pequeña Vanessa... que pesaba casi un kilo (poco más de 2 libras). “¡Yo estaba tan emocionada! —recuerda ella—. ¡Por fin era madre!”
Pero su felicidad duró poco tiempo. Cuatro días después Vanessa murió. Juanita recuerda: “Me sentía muy vacía. Había dejado de ser madre. Me sentía incompleta. Era doloroso para mí regresar a la casa y ver la habitación que habíamos preparado para Vanessa y las camisetitas que yo le había comprado. Durante los meses subsiguientes, estuve reviviendo el día del nacimiento de mi hija. No quería tener nada que ver con nadie”.
¿Fue ésta una reacción extrema? Quizás a otras personas se les haga difícil comprenderlo, pero aquellas que, como Juanita, han pasado por dicha experiencia explican que se acongojaron por la muerte de su bebé tal como si se tratara de alguien que hubiera vivido más tiempo. Ellas explican que, mucho antes que la criatura nazca, sus padres la aman. Cuando esa criaturita muere, es una verdadera persona la que ha muerto. Se desvanecen las esperanzas que tuvieron los padres de cuidar de la criaturita que estuvo moviéndose en el vientre de la madre.
Se puede entender por qué, después de haber sufrido esa pérdida, la madre que acaba de perder a su criatura tal vez se sienta incómoda en presencia de mujeres embarazadas y de madres con sus hijos. Juanita recuerda: “Yo no podía tolerar el ver a una mujer encinta. De hecho, hubo ocasiones en que hasta salía de una tienda sin haber terminado de comprar, sencillamente porque veía a una mujer encinta”.
También se experimentan otros sentimientos... como temor (‘¿Podré alguna vez tener un hijo normal?’), vergüenza (‘¿Qué diré a mis amistades y parientes?’) o cólera. Bonnie, cuya hijita murió dos días y medio después de haber nacido, recuerda: “Había veces que pensaba: ‘¿Por qué me ha sucedido esto a mí? ¿Por qué a mi hijita?’”. Además, a veces se experimenta humillación. Juanita explica: “Había madres que salían del hospital con sus bebés, y todo lo que yo tenía era un animal de peluche que mi esposo había comprado. Me sentí humillada”.
Si usted ha perdido a un ser amado en la muerte, puede serle provechoso saber que lo que usted está experimentando es normal, que otras personas han pasado por lo mismo y han experimentado sentimientos como los de usted.
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